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viernes, enero 21, 2005

Desde Roma...CARDENAL CARLOS AMIGO VALLEJO

Desde Roma...
“La laicidad debe ser garantía de que cada uno puede vivir y expresar sus principios religiosos sin ser molestado”

El cardenal de Sevilla acudió a Roma para reunirse con los demás cardinales latinoamericanos. Cuando hablamos, aún no se conocía el discurso del Papa del pasado lunes. A Amigo Vallejo le tocará el segundo turno de la visita ad limina, a finales de febrero. A pesar del chaparrón que está cayendo, asegura que lleva en la maleta “buenas noticias para el Papa”y augura tras la visita ad limina una mayor actitud de diálogo para combatir “el distanciamiento”.


¿Qué le va contar al Papa?
Lo que le voy a contar ya lo sabe porque tiene nuestros informes y porque hoy día gracias a Dios son mayores las comunicaciones.

¿Tiene algo bueno que contarle?

Sí, le voy a decir que la Iglesia de España, a pesar de sus pesares, continúa fiel al Papa y a la Iglesia misma. Tenemos nuestros pecadillos y nuestros disgustos, pero no hemos claudicado, ni muchísimo menos, de los grandes valores de nuestra fe: el Señor, la Iglesia y el Papa.

¿Y qué cambiarán ustedes tras la visita ad limina?
Tenemos que cambiar nuestro sentido de esperanza. A veces cuando hay dificultades parece como que la esperanza se tambalea, y es cuando más tenemos que servir esa providencia de Dios. La esperanza no depende de lo que hagan los hombres sino del amor que Dios nos ofrece.

O sea, ¿no hacer nada?
No, no, esa Providencia de Dios no nos lleva a desentendernos, al revés. ¿Que hay muchas dificultades?, pues tendremos que trabajar más. ¿Muchas tinieblas?, tendremos que encender más luces. ¿Mucho desconcierto?, tendremos que estudiar más. ¿Hay mucho distanciamiento entre unos y otros?, tendremos que ser más dialogantes.

Las distancias entre los obispos españoles y el Gobierno, ¿son tan grandes como parecen?
Lo peor que podríamos hacer es, como se dice en Andalucía, creernos dueños del cortijo: pensar que España es un cortijo y que el dueño es el gobierno o que el dueño, en algún aspecto, fuera la Iglesia. No, no. Lo importante es el cortijo y lo que tenemos que hacer unos y otros es servir. Lo importante es el pueblo, la nación, el Estado español, nadie somos dueños.

Entonces, ¿qué deben hacer los “dos bandos”?
Ayudar cada uno desde la esfera que nos corresponde. Y no sólo, también dejarnos ayudar. Es absurdo, aparte de infantiloide, pensar que vamos a resolver los problemas con denuestos, gritos, anticlericalismos o con anti-lo-que-sea. Entre personas el camino no puede ser otro que el diálogo y el sentido común. Y teniendo en cuenta ese proverbio africano: “cuando los elefantes pelean quien sufre las consecuencias es la hierba”. No hay derecho a que quienes sufran las consecuencias sean los más humildes. Lejos de cualquier tipo de confrontación, tiene que haber espíritu de diálogo y de colaboración.

El Gobierno pide más o menos a la Iglesia que se encierre en la sacristía y no se meta en lo que no es de su competencia.
Pero la Iglesia son los obispos, los niños de primera Comunión, las universidades católicas, todos aquellos que seguimos a Jesucristo. Y somos ciudadanos con todos los derechos que pueden tener los demás, también el derecho a estar presente en la vida pública. A un ciudadano no se le puede decir que vaya a la vida pública totalmente aséptico, quitándose ideas o criterios..., sería un rebaño de borregos, sin mentalidad, ni identidad... Es lo peor que podría ocurrir a una democracia. Lo ideal es que cada uno pueda expresarse libremente a pesar de que somos diferentes.

¿Y cómo se conjuga esto con el laicismo?
El laicismo no debe ser un enemigo de la religión. Una cosa es que no haya una religión de Estado, que sea independiente, y otra muy distinta es que se convierta en un perseguidor de la religión. Al contrario, la laicidad debe ser garantía de que cada uno puede vivir y expresar sus principios religiosos sin ser molestado. Aquellas personas que enarbolan el estandarte del laicismo, que sepan que no son enemigos de la religión, sino que tienen que ser garantes de ella.

¿Cuál es el problema que más preocupa a los obispos españoles?
La fe, la identidad cristiana. Es el problema fundamental y todos los demás derivan de esta debilidad de las creencias. Por eso nos preocupa la transmisión de la fe de padres a hijos, la catequesis...

¿También la asignatura de religión?
El derecho de los padres a elegir el tipo de enseñanza está garantizado por la Constitución y el Tratado Europeo, e implica obligación por parte de la enseñanza pública de ofrecer esas clases de religión. Decir “usted puede elegir una escuela católica, pero no se la ofrecemos, vaya a la privada”, es absurdo y mucho más en un partido de izquierdas: “Los ricos pueden ejercer sus derechos, y a los pobres que Dios les ampare”, sería desde todos los puntos de vista erróneo.

¿Cómo es la práctica de la religión en España hoy por hoy?
Los indicativos no son siempre homogéneos. Te encuentras unos datos referidos a la Misa dominical, otros sobre matrimonios en la Iglesia, el número de alumnos que eligen religión, sus opiniones de moral en algunos temas...

¿La juventud española se está alejando de la Iglesia?
Se dice que se aparta de la Iglesia, pero nunca hemos tenido tantos encuentros con participación tan multitudinaria de gente joven. Creen en Dios, en la Iglesia y en Jesucristo, pero les cuesta meterse en las obligaciones que esto supone, religiosas y morales.

¿En qué se gasta el dinero la Iglesia?
En los pobres. Cuando se dice que hay que revisar la asignación del Estado a la Iglesia, por mi parte siempre respondo que hay que revisarla pero para aumentarla, porque es una miseria lo que la Iglesia recibe en comparación con lo que está aportando.

¿Qué aportan ustedes a las arcas públicas?
Podría hablar en Sevilla de dos comedores en los que comen más de doscientas personas durante todo el año. ¿Quién tiene que ocuparse de estos pobres, de estas personas que están en la calle? Pues será la administración civil... Pero nosotros no podemos esperar a que se resuelvan problemas, digamos civiles, para que la gente pueda comer todos los días. Si de la noche a la mañana la Iglesia española cerrara todos estos instrumentos de ayuda a los necesitados, crearía un problema social increíble. Gracias a Dios todavía tenemos la conciencia lo suficientemente sensible para hacer que no paguen los pobres los discursos que unos y otros podemos hacer.

Pero eso son obras de caridad.
¿Y el cuidado del patrimonio cultural...? Es increíble lo que supone solamente la custodia del patrimonio. Pero también es importante la ayuda del Estado para que se mantenga la libertad religiosa. Una libertad sin instrumentos para vivirla es un camelo. Si el ciudadano español tiene derecho a practicar su religión, tendrá que tener templos, y catequesis o escuelas para vivir conforme a su fe.

¿Y no es más fácil que eso lo paguen los católicos?
Es como si yo dijera “pues que la federación de esquí lo paguen los que van a esquiar”. Me parece muy bien que el deporte tenga sus ayudas, que el teatro tenga sus ayudas...¿Por qué? Porque este es un bien común para la sociedad. Unos los utilizan y otros no. Y el que lo utiliza está bien que pague un plus, igual que los católicos deben colaborar en el sostenimiento de su Iglesia. Todo esto se hace desde unos prejuicios anticlericales... Lo peor es que huelen a naftalina que apesta, a cosa del siglo XIX. En una sociedad moderna, democrática, que todavía estemos nosotros en estas peleas...

¿Qué fórmula podría aceptar la Iglesia para evitar la equiparación del matrimonio a las uniones de homosexuales?
Sobre esto ha hablado con mucha claridad el Santo Padre y la Conferencia Episcopal española y lo mejor es acudir a esos criterios.

¿Qué ha aprendido de este Papa?
La fidelidad. Estamos viendo su fidelidad al Magisterio, a la Iglesia, a sí mismo... También al dolor. En un tiempo en el que por cualquier cosa se tiran los trastos por la borda, el Santo Padre nos está dando un ejemplo de fidelidad admirable. Asumiendo su propia debilidad como la cruz a la que tiene que estar agarrado, como él dice, y de la que no quiere bajarse.

¿Qué recuerdos tiene de los viajes del Papa a Sevilla, en los ha podido convivir más cerca?
Lo que más recuerdo es cuando llegada la tarde. Él quería cenar con poca gente, en un ambiente más íntimo. Estábamos el Papa, sus colaboradores, yo con mi secretario... Era una cena en familia, en la que el Santo Padre hablaba de las cosas que solemos hablar todos. Sentía tan cerca una persona tan extraordinaria en todos los aspectos.

¿Cómo lee las noticias sobre papables, listas, candidatos...?
Casi como panfletos de ciencia-ficción. Lo que deseo es que tarde muchos, muchos años en llegar el día en que se tenga que elegir un nuevo Papa. Cualquier prospectiva que se haga ahora respecto al futuro es simplemente perder el tiempo.

 

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