Segunda vez en la historia que un Papa visita una sinagoga
Benedicto XVI da un paso al frente en el diálogo interreligioso al reunirse con la comunidad hebrea de Colonia.
Una jornada histórica para la iglesia: Benedicto XVI se ha convertido en el segundo Papa que visita una sinagoga: el Papa ha recordado aquí a las victimas del holocausto y ha reafirmado el compromiso de la iglesia de luchar a favor de la tolerancia; el respeto; la amistad y la paz entre todos los pueblos; culturas y religiones.
Poco a poco llegamos al momento culminante de las jornadas; la vigilia de mañana sábado en las cercanías de colonia; que reunirá prácticamente a un millón de personas.
Esta es una selección de su discurso:
”Deseo confirmar mi intención de continuar el camino hacia una mejora de las relaciones y de la amistad con el pueblo hebreo, en el que el Papa Juan Pablo II ha dado pasos decisivos.
La historia de las relaciones entre la comunidad hebrea y la comunidad cristiana es compleja y a menudo dolorosa. (...) Después, en el siglo XX, en el tiempo más oscuro de la historia alemana y europea, una demencial ideología racista, de matriz neopagana, dio origen al intento, planeado y realizado sistemáticamente por el régimen, de exterminar el judaísmo europeo: se produjo así lo que ha pasado a la historia como la Shoá. (...) No se reconocía la santidad de Dios, y por eso se menospreció también la sacralidad de la vida humana.
Este año se celebra el 60º aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis (...). Hago mías las palabras escritas por mi venerado Predecesor y digo también: «Me inclino ante todos los que experimentaron aquella manifestación del mysterium iniquitatis». Los acontecimientos terribles de entonces han de «despertar incesantemente las conciencias, extinguir los conflictos y exhortar a la paz».
Se cumple también el 40° aniversario de la promulgación de la Declaración Nostra aetate, del Concilio Ecuménico Vaticano II, que ha abierto nuevas perspectivas en las relaciones judeocristianas en un clima de diálogo y solidaridad. Esta Declaración recuerda nuestras raíces comunes y el rico patrimonio espiritual que comparten judíos y cristianos. (...)
La Declaración conciliar Nostra aetate «deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por parte de cualquier persona»
Fundándose en la dignidad humana común a todos, la Iglesia católica «reprueba, como ajena al espíritu de Cristo, cualquier discriminación o vejación por motivos de raza o color, de condición o religión» (ibíd., n. 5).
La Iglesia es consciente del deber que tiene de trasmitir esta doctrina a las nuevas generaciones que no han visto los terribles acontecimientos ocurridos antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Es una tarea especialmente importante porque, desafortunadamente, hoy resurgen nuevos signos de antisemitismo y aparecen diversas formas de hostilidad generalizada hacia los extranjeros. ¿Cómo no ver en eso un motivo de preocupación y cautela?
La Iglesia católica se compromete – lo reafirmo también esta ocasión – en favor de la tolerancia, el respeto, la amistad y la paz entre todos los pueblos, las culturas y las religiones.
En los cuarenta años transcurridos desde la Declaración conciliar Nostra aetate se ha hecho mucho para mejorar y ahondar las relaciones entre judíos y cristianos.
Pero queda aún mucho por hacer. Hemos de conocernos recíprocamente mucho más y mejor. Por eso aliento a un diálogo sincero y confiado entre judíos y cristianos: sólo de este modo será posible llegar a una interpretación compartida sobre cuestiones históricas aún discutidas y, sobre todo, avanzar en la valoración, desde el punto de vista teológico, de la relación entre hebraísmo y cristianismo. Este diálogo, para ser sincero, no debe ocultar o minimizar las diferencias existentes: también en lo que, por nuestras íntimas convicciones de fe, nos distinguen unos de otros, y precisamente en ello, hemos de respetarnos recíprocamente.
Finalmente, no debemos mirar sólo hacia atrás, hacia el pasado, sino también hacia delante, hacia las tareas de hoy y de mañana. Nuestro rico patrimonio común y nuestra relación fraterna inspirada en una confianza creciente, nos obligan a dar conjuntamente un testimonio todavía más concorde, colaborando prácticamente en favor de la defensa y la promoción de los derechos del hombre y el carácter sagrado de la vida humana, de los valores de la familia, de la justicia social y de la paz en el mundo. El Decálogo (cf. Ex 20; Dt 5) es nuestro patrimonio y compromiso común. Los diez mandamientos no son una carga, sino la indicación del camino hacia una vida en plenitud.
Concluyo con las palabras del Salmo 29, que son un deseo y también una oración: «El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».Que él nos escuche!
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