"Como sacerdote he vivido aventuras que nunca habría imaginado"
Preside el Consejo Pontificio para la interpretación de Textos Legislativos, un larguísimo nombre del que podría equivaler el ministerio de justicia de la Santa Sede.
Hace 50 años, por estas mismas fechas, don Julián Herranz sólo tenía 25. En aquel entonces hizo una maleta definitiva: el 7 de agosto de 1955 se ordenó sacerdote.
Hoy me recibe casi mientras prepara otra vez el equipaje. Está saliendo para Madrid donde el domingo celebrará en la iglesia de La Concepción sus bodas de oro sacerdotales.
Será por paralelismo, pero parece un recién casado: mientras habla, no para de sonreír. Le pido la fórmula secreta y me responde que “la única forma de ser feliz es seguir la mano de Dios cuando te la tiende”. “Yo lo he procurado y me ha ido bien. No he tenido angustias en la vida”, añade, casi serio.
Con 50 años como sacerdote a sus espaldas, mira hacia atrás, ¿y qué ve?
Veo una maravillosa aventura humana y sobrenatural. La voluntad de Dios me ha llevado a aventuras que jamás podría haber imaginado: me llamó San Josemaría Escrivá para ayudarle en Roma, pasé muchos años con su sucesor, Álvaro del Portillo, trabajé para el Concilio Vaticano II, Y por si fuera poco, 27 años junto a Juan Pablo II.
Como montañero, ahora desde la cima veo la lógica del sendero que desde abajo parecía imposible.
O sea, que también ha habido momentos difíciles...
¿Problemas? En montaña llamamos “gendarme” a la piedra que sobresale de un glacial y no te deja continuar el camino: hay que darle la vuelta. Es delicado, uno debe asegurarse, meter el pico, agarrarse bien... Pero cuando lo pasas, te das cuenta de que eso que te parecía grande es una tontería.
¿Qué se regala a un cardenal por sus bodas de oro sacerdotales?
Uno se ha equivocado y me ha hecho un regalo personal. Yo he pedido que recen por mí para que sea bueno y fiel y que quien tenía pensado gastar algo, que lo destine a becas para seminaristas de países pobres. Espero que hayan sido generosos, la mies es mucha, pero los obreros son pocos.
Usted era psiquiatra y tenía veinticinco años. ¿Cómo se le ocurrió hacerse sacerdote?
Es Dios quien llama, el secreto de la felicidad está en abandonarse en sus manos.
Con 20 años me hice del Opus Dei. Me especialicé en Psiquiatría, seguía con mucho interés la escuela de Victor Frankle. Tenía planeado viajar a Alemania para especializarme. Me estaba preparando bien porque había varias cátedras libres en España.
Pero me llegó un mensaje de San Josemaría Escrivá: “¿quieres terminar los estudios de Teología en Roma y doctorarte en Derecho Canónico?”
Vueltas de la vida, ahora usted preside el dicasterio para la interpretación del Código de Derecho Canónico.
Es curioso, en aquel entonces no me gustaba tanto. El caso es que en vez de irme a Alemania, respondí que sí al mensaje y me vine a Roma.
Un psiquiatra que se hace sacerdote... ¿Sus amigos no se extrañaron del cambio?
Sí quienes sólo veían los aspectos humanos: dejarlo todo para hacerse cura... No digo escandalizarse, pero se sorprendieron.
Otros, no. Sabían que era del Opus Dei, una espiritualidad que me apasiona, la del cristiano de la calle: contemplativa y apostólica. Me habían visto contento y apostólico y no se extrañaron cuando acepté hacerme sacerdote.
¿Cómo reaccionó la familia?
Mis padres fueron muy delicados y eso que yo era el hijo mayor y la diferencia de edad era grande, veinte años, y mi padre tenía ya sus proyectos para mí. Pero era muy buen cristiano y lo aceptó encantado. Mi madre me cosió el alba que llevé puesta en la ordenación. ¿Mis hermanos? Una pregunta del de 7 años me ha ayudado a vivir el celibato.
¿Un niño de 7 años le explicó el celibato?
Él ahora es médico. Me dijo, “¿entonces tú te casas con la Iglesia?” Y sí, así es. Casarme en el sentido cristiano, el más poético y fuerte que existe, darse del todo y para siempre. En la alegría y en el sufrimiento, en los momentos de dolor y en los de salud. Me casé con la Iglesia para ser todo para ella y dar la vida por ella.
¿Cómo recuerda aquel 7 de agosto de 1955?
Éramos 36, la promoción más grande del Opus Dei que se había ordenado hasta entonces: era un momento en el que se necesitaban muchos sacerdotes de golpe para impulsar la labor que estaba empezando en todo el mundo. Hacía mucho calor, calor humano y sobrenatural. Este calor sequísimo que te deja la garganta de papel de estraza. Pero todo giraba alrededor de ese confiar la vida a Cristo y a la Virgen. Un calor sobrenatural mucho más fuerte que el calor humano.
¿A qué se dedicó cuando lo ordenaron?
Debía irme a Alemania, pero por segunda vez cambiaron mis planes de vivir allí. De los 36, cuatro vinimos a Roma para trabajar junto al fundador del Opus Dei. Me lo comunicó el actual Prelado, monseñor Javier Echevarria, que también se ordenó este día.
Usted trabaja en el Vaticano desde el Concilio Vaticano II. ¿Cómo sobrevivir tanto tiempo a la burocracia vaticana?
No es un lugar burocrático. Es el corazón de la Iglesia, con un organigrama mínimo. Es el corazón de una gran madre, donde se sienten todas las cosas de la familia. Con la Iglesia no funciona la dialéctica de centro y periferia. Hay una Iglesia Universal e iglesias particulares, pero no antagonismos.
Ha trabajado junto a dos santos: Juan Pablo II y San Josemaría Escrivá, ¿no siente vértigo?
Se mira hacia abajo y se ve la propia pequeñez ante esas dos vidas maravillosas que mezclaron santidad con sencillez, que fueron afirmación positiva del Cristianismo frente a quienes lo ven represivo. Y luego miro al Cielo, porque le rezo mucho y les pido ayuda.
¿Qué recuerda de Juan Pablo II?
Cuando me nombró secretario de este consejo pontificio, en 1984, le agradecí la confianza y me respondió: “quiero que usted trabaje con el espíritu de Escrivá”. Eso que no se conocieron, pero había leído sus obras.
En 2003, cuando me impuso la birreta cardenalicia, le dije: “Santo Padre, le agradezco el ejemplo que está dando de amor a la voluntad de Dios y a la Cruz”. Y me respondió: “Pida por mí, pida por mí”.
Supongo que el cónclave habrá sido un momento muy especial en su vida. ¿Cómo lo vivió?
Rezando mucho. Entre sesión y sesión íbamos a la capilla de Casa Santa Marta, dedicada al Espíritu Santo y orientado a San Pedro. Rezábamos para pedir ayuda y luces. Y llegaron.
¿Cómo estaba el cardenal Ratzinger durante aquellos días?
Recuerdo la cena del 18 de abril. Te lo puedo contar porque no es cónclave propiamente dicho. Cogíamos la servilleta y nos sentábamos en cualquier sitio. Me tocó sentarme con el cardenal Ratzinger, era su última cena como cardenal. Como las monjas que nos atendían eran muy pocas, dejaban las cosas y... Pues antes de que ninguno se diera cuenta, Ratzinger se levantó, cogió la jarra de agua y nos sirvió a cada uno de la mesa.
¿Cómo ha sido su primer despacho con Benedicto XVI?
Conociéndonos y habiendo compartido tanto, fue un momento muy especial. Dos notas: sencillez y eficacia. Me preparé 4 puntos y me preguntó detalles concretos de todos. Quiso que nos hiciéramos unas fotos, estuvo muy cariñoso. Estuvimos más tiempo del reglamentario, pero no por culpa mía.
¿Cómo será el Benedicto XVI que veremos en Colonia?
Como es: un Papa de una gran juventud de espíritu y gran riqueza de ideas e ideales para los jóvenes. Como Juan Pablo II, abrirá horizontes de lucha, valores que llenen de verdad. Animará a los jóvenes a evitar que los ideales vengan cubiertos por la banalidad de una sociedad egoísta.
¿Cómo lo conseguirá?
Pienso que hablará del amor a la verdad y de la libertad puesta al servicio de cosas buenas y grandes. En una Europa vieja, que está estrenando una falsa libertad que es libertinaje y corrupción de la verdadera democracia, combatirá contra ese fundamentalismo laicista de quienes quieren imponer que los demás no crean en nada.
Volvamos a sus 50 años de sacerdote. ¿Por qué los celebrará en Madrid y no en Roma?
En Madrid está la iglesia en la que me ordené. Allí están antiguos amigos de la universidad, gran parte de la familia está allí. Además, en estos momentos es bueno estar cerca de España. Amo a mi patria y a los católicos de España, que ahora están pasando un momento delicado.
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